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El estilo como ética – Fabián Rendón

    El estilo como ética - Fabián Rendón

    Abril 2023 – Mayo 2023

    “Fabián Rendón encuentra en el grabado al linóleo su técnica, su estilo, a sí mismo. Es que el verdadero estilo es encontrarse a sí mismo. Aquí, por una cita feliz, su técnica específica posibilita la aparición de un estilo personal, da aliento vital a una expresión. Son legión entre nosotros los barítonos que cantan como tenores, en cambio,      Rendón encuentra en el grabado su registro natural, su tesitura, su extensión, su forma.

    El estilo no es una habilidad, es una voluntad de ser.  Porque el auténtico estilo es la ética del pintor”.

    Samuel Vásquez – curador

    Abril 2023 – Mayo 2023

    “Fabián Rendón encuentra en el grabado al linóleo su técnica, su estilo, a sí mismo. Es que el verdadero estilo es encontrarse a sí mismo. Aquí, por una cita feliz, su técnica específica posibilita la aparición de un estilo personal, da aliento vital a una expresión. Son legión entre nosotros los barítonos que cantan como tenores, en cambio, Rendón encuentra en el grabado su registro natural, su tesitura, su extensión, su forma.
    El estilo no es una habilidad, es una voluntad de ser. Porque el auténtico estilo es la ética del pintor”.

    Samuel Vásquez – curador




    Estilo refiere a modo, a manera. Modo de hacer una cosa,  manera de manifestar algo. Y manera viene de mano. Es la mano  quien genera la manera. Pero estilo es algo más que eso. Estilo refiere, además, a  constantes, a costumbres. En la repetición se origina la  costumbre. Sin embargo, es la calidad de la repetición la que hace  factible la gestación del estilo. No es una forma que se repite como  un tic, sino la repetición como constante de relaciones  estructurales y expresivas, repetición sistemática de rasgos  involuntarios y/o conscientes que revelan un carácter. Es preciso  recordar aquí que carácter viene del griego kharassein, que significa grabar.

    En el grabado al linóleo el gesto no existe. Cada talla del  buril en la plancha, más que la huella de un gesto, es el registro  de un acto. Aquí hay implícito un esfuerzo físico que conlleva,  ineludiblemente, una voluntad de forma.  La relación del buril con la plancha es seca y dura: es el  momento en que la herramienta despierta la forma en la materia. La impresión de la tinta sobre el papel es un éxtasis blando  y húmedo: más allá de la «histeria técnica» la poética del color alcanza su posibilidad.  Realizando un trabajo esencialmente escultórico (de  sculpiere, quitar) se logra una obra eminentemente plástica (de plasticus, dar forma agregando). De un proceso háptico se obtiene  una obra óptica. Aquí la técnica rechaza su atavismo utilitario y  se vuelve existencial. Un grabador sabe realmente lo que quiso  hacer, sólo después de haberlo hecho.

    Fabián Rendón encuentra en el grabado al linóleo su  técnica, su estilo, a sí mismo. Es que el verdadero estilo es  encontrarse a sí mismo. Aquí, por una cita feliz, una técnica  específica posibilita la aparición de un estilo personal, da aliento  vital a una expresión.  Son legión entre nosotros los barítonos que cantan como  tenores. En cambio, Rendón encuentra en el grabado su registro  natural, su tesitura, su extensión, su forma.  El estilo no es una habilidad, es una voluntad de ser. Porque  el auténtico estilo es la ética del pintor.  De la relación forma-composición, materia-tratamiento,  tema-sintaxis, Rendón cosecha el sentido y la expresión de su  estilo. Hay aquí una refinada y rica y sintética tipología. Y es esta  capacidad sintética de la imagen uno de sus mayores aciertos:  hacer que cinco rayas sean un tigre no es una actividad  economicista, es un logro de concreción maravilloso porque el  tigre está aquí en su totalidad y en su unidad.

    El estilo informa la materia de contenidos que distinguen un  carácter; carga la forma de rasgos peculiares que develan una  identidad. El verdadero estilo encierra una unidad profunda.  Cada parte contiene una relación cerrada con la totalidad,  revelando un principio indisoluble de unidad composicional. Aún  en el trozo está claro el espíritu de la totalidad: un pedazo es  completo en sí mismo. (Esto nos ha permitido admirar en los  fragmentos de un arte antiguo la totalidad de su estética). Los  expertos tratan de determinar si una obra procede efectivamente  de la mano de un artista. El estilo permite descubrir del artista,  su mano.

    Con el libro nace la era industrial-mecánica: él es, sin duda,  el primer artículo repetido, uniforme y producido en masa. La  máquina inventada por Gutenberg buscaba una producción más  numerosa y más barata que la que permitía el libro manuscrito,  para alcanzar una más amplia difusión. Se hacía preciso, claro  está, el cambio de la vitela por el papel, la pluma por la plancha.  La imprenta, que tomó su nombre y su tecnología de las  prensas de lagar que estrujan las uvas para sacar el mosto,  obtiene su vino más espirituoso en el libro: El libro que es silencio  que canta, milagro de la memoria. El mundo se asila en la  palabra, y la palabra se asila en el libro. Los griegos dicen asulon (asilo), «sitio inviolable»La deuda que tiene la pintura con el libro no es sólo  histórica. El grabado nace en el libro, allí crece, y cuando alcanza  vida independiente sigue alimentándose allí, en ese espacio  sagrado. Más que la palabra en la intimidad el libro es  recogimiento callado de la palabra, transparente herida de la  memoria que se niega a cicatrizar.  Ese insistente interés de Fabián Rendón por devolver el  grabado al libro, es pues, más que el regreso de un hijo prodigo,  una querencia natural del retorno río arriba, hacia las fuentes  más puras, a los orígenes.  En un momento en que las artes plásticas padecen, como  nunca, del equívoco del soporte, del despiste de la puesta en  escena, de la conceptualización sobreactuada, de la  sobrevaloración del espacio público como el auténtico marco  democrático de la obra, sus exegetas hacen aparecer como si lo  más importante de la obra plástica sucediera fuera de la obra  misma, en el soporte, en los medios, en la tecnología, en la  difusión.  En cambio, elegir como hogar de la obra plástica al libro es  decidirse a otorgarle un espacio sagrado. De esta manera se le  somete al misterio interior del sagrario, y se evita la errancia de  la obra plástica, siempre exhibida en un afuera cotidiano o  museístico. Es en el libro donde el poeta sacrifica su voz y donde  el grabador inmola su color.

    Entre nosotros el grabado carece de prestigio: su pianísima  voz sólo es escuchada por oídos finos. Para una comunidad como  la nuestra, arriada por censores ideológicos y arribistas sociales,  el grabado es excesivamente modesto y poco visible (léase  rentable). No sospechan que el buril del grabador ara una  trinchera contra el facilismo y el relumbrón. La fuerza cognitiva y el valor sensible del arte han sido siempre una resistencia  contra toda ilusión (de illusio, engañar), contra todo hecho visual  incapaz de generar una presencia, o construir una ausencia.  Aquí lo que vende es ese tratamiento homeopático que  tantos dan a su obra: si el mundo está lleno de mal gusto, pues  démosle más de lo mismo, lo más naive posible; si el mundo está  lleno de prostitución, démosle más rameras, y además  hiperrealistas para que la ilusión (masturbación) sea más fuerte.  El ansia ignorante de perseguir el parecido siempre está  acompañada de la «horrible vacuidad de reproducir»: con su ojo  parásito de lo real y su mano vegetativa, reemplazan imagen por  remedo, imaginación por reproducción. 

    Para Fabián Rendón, en cambio, «simplificar la belleza no le  resulta una economía atroz».2 Porque no se trata de una  operación precisamente economicista, sino de un acto de  concreción sintética de las formas en favor de la imagen, de la  esencia de la imagen. Pero para ello había que poner de acuerdo  la mano con el ojo. (Los ojos son poetas). Y así alcanzó el mejor  de sus encuentros. Pero encontrar no bastaba, había que hacer  propio el encuentro. Y lo hizo suyo. Las manualidades han sido sobrevaloradas por el mercado,  pero menospreciadas por la inteligencia. «¡Qué siglo de manos!»  protestaba Rimbaud. Al arrancarse los ojos, Edipo descubre sus  manos. Manos que quieren «ver» a sus hijas, palpándolas: 

    «Déjame que las toque con mis manos 

    y que con ellas mis desgracias llore… 

    Que al poderlas tocar las imagine 

    mías aún, como si mis ojos vieran». 

    La mano es una prolongación del ojo, así como el ojo es una  prolongación de la mano. Porque la forma es la única cosa accesible a dos sentidos diferentes: al tacto y a la vista. Y la forma  es la carne de la imagen. El ojo crea el deseo, pero la mano está  más dispuesta a realizarlo. Por eso hablamos del abrazo de la  mirada.

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